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¿Y qué de los ofrecidos?



La escena merece imaginarse: El rey había muerto, al parecer eso afectó profundamente a nuestro personaje; ese día subió al majestuoso templo, es muy probable que lo hiciera buscando una respuesta; y de repente, sin esperarlo, la visión gloriosa del trono celestial se desplegó ante sus ojos.


Él era consciente que no era digno de contemplar tal visión: Las ropas reales del Señor llenaban su templo y alrededor de su trono revoloteaban serafines proclamando su santidad y poder.

Era necesario, uno de ellos se acercó a él, con una brasa tocó sus labios y le hizo saber que ya no había razón para temer.


Fue entonces que escuchó la voz del Rey: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Recuerde que en la escena estaba el Señor trino, estaban los serafines, y el insignificante Isaías.

No fue necesario que se mencionara su nombre, tampoco un discurso para doblegar su voluntad, y mucho menos un acto que lo convenciera de algo; él escuchó las preguntas y prácticamente se ofreció: ¡Heme aquí, envíame a mí!



Su caso no es único, Rahab, aquella mujer de Jericó, ofreció su ayuda a los espías; Ruth la moabita ya no tenía porque seguir a su suegra, sin embargo, se ofreció a hacerle compañía de por vida; también recuerdo a un muchacho que al percibir el hambre de la gente que seguía al Señor Jesús ofreció sus panes y sus peces.


¿Qué tienen en común todos ellos? Vieron una necesidad, se ofrecieron a suplirla y formaron parte del plan de redención.

¿Has observado que hay cantidad de cristianos a los cuales el Señor llama de una manera específica a integrarse al ministerio de la iglesia, y no lo hacen? ¿Has visto cómo llega gente que de llamamiento nada sabe, pero que se suma a trabajar incansablemente por amor, y terminan enrolados en el ministerio?


Ya lo sabes, en el reino hay lugar para los llamados, también para los ofrecidos. Y, si sientes la necesidad de prepararte, en Bethel tenemos una opción para ti.




 
 
 

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